Miedo torero
en Febrero 7, 2010
Por lo general, una persona renuncia a un trabajo porque ha sido contratada para desempeñar un trabajo mejor remunerado (es decir, renuncia para ganar más dinero) o porque quiere dedicarse a un oficio que tal vez le procure un menor beneficio económico, pero en compensación le permita disfrutar de dicho oficio (es decir, renuncia para sentirse mejor). Parecería insensato que una persona renuncie a unos trabajos bien remunerados y de los que disfruta razonablemente para postular a un trabajo mal remunerado y del que sospecha que no disfrutará tanto. Tal parece ser mi caso.
Yo tengo no uno sino cuatro muy buenos trabajos y me dedico a ellos con pasión y no podría decir que recibo unos honorarios mezquinos y en general disfruto de los cuatro trabajos que desempeño.
Mi primer trabajo es dirigir un programa de lunes a viernes en un canal de noticias internacional con sede en Bogotá. Mi segundo trabajo es dirigir un programa los domingos en un canal de televisión de Lima. Mi tercer trabajo es escribir una columna semanal (esta columna) que publico en algunos periódicos y revistas de la región. Mi cuarto trabajo (y el que más me apasiona) es escribir novelas, una novela al año por lo menos.
Esos son los cuatro trabajos que animan y dan sentido a mis días: dos provienen de la televisión y dos del vicio de escribir.
¿Por qué estoy considerando dejar mis cuatro buenos trabajos para aplicar a un trabajo mal pagado, ferozmente estresante, que dura cinco años (cinco años que no sé si conseguiré sobrevivir) y para el que muy probablemente no seré contratado por mis empleadores? ¿Qué sentido tiene renunciar a cuatro trabajos para postular a uno en el que ganaría mucho menos dinero y en el que sospecho que la pasaría bastante mal?
Racionalmente, no tiene ningún sentido dejar cuatro buenos trabajos para postular a un trabajo que casi con seguridad no me darán (porque no me considerarán apto o calificado para desempeñarlo debidamente).
Ninguna persona cuerda debería dejar cuatro buenos trabajos, muy bien pagados, que le gustan, para postular a un trabajo mal pagado, para el que seguramente no será contratada.
Ninguna persona sensata cambiaría cuatro buenos trabajos por la incierta posibilidad de un trabajo mucho peor (al menos, en términos de dinero y goce personal).
Ese trabajo mal pagado, que dura cinco años, que te abruma de opresivas responsabilidades, que te condena a ser odiado por muchas personas, que puede costarte la vida a manos de un sicario o un fanático, es el de ser presidente del país en el que nací.
¿Por qué debería siquiera considerar postular a ese trabajo infernal si por el momento disfruto de cuatro buenos trabajos? ¿Por qué debería dejar de escribir novelas para dedicarme al oficio incomprendido y rara vez agradecido de servir a los demás? ¿Por qué me resulta tan seductora y fascinante la idea de complicarme la vida, la poca vida que me queda?
No lo sé. No tengo idea.
Racionalmente, es una locura que piense siquiera en ser presidente de mi país o presidente de cualquier cosa.
Yo he nacido para estar solo y para escribir y para que nadie me fastidie la vida pidiéndome que le resuelva sus problemas cuando a duras penas puedo con los míos.
Debiera entonces quedarme con mis cuatro buenos trabajos y olvidarme del sueño autodestructivo de ser el hombre más poderoso e infeliz de la tribu en la que nací.
Debiera ser capaz de olvidarme de ese sueño, pero no puedo olvidarlo.
o me importa complicarme la vida, dejar de escribir, morirme antes de tiempo, que me reviente el hígado o que me mate un sujeto lleno de odio: quiero ser presidente y sueño con ser presidente y trabajaré como un poseso para intentar ser presidente y lo más curioso es que no sé por qué quiero tan obsesivamente ser presidente, sólo siento que es algo que está en mi destino envenenado y que en esta hora decisiva no debo ser un cobarde y esquivar la cita con el destino como un señorito pusilánime y que debo plantarle cara a la bestia que viene bufando a cogerme y morir toreando como siento que han de morir los valientes.
Tal vez sea aquella la respuesta: quiero ser presidente por la misma razón por la que hace veinte años quise ser escritor: por puro arrojo torero, para sentir el miedo del que lo arriesga todo en nombre del coraje y de la poesía que habita en el coraje y la redención del que entrega la vida por un sueño que la embellezca aun perdiéndola.
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