Roberto Giusti // Huelga de hambre No se hasta donde llegue, pero es un gesto loable en medio de la anomia, de Guillermo E. García Machado

La insensibilización de la gente ante la violación de los Derechos Humanos y el uso político de la justicia es algo que la huelga de hambre de estudiantes y presos políticos puede quebrar si persiste en sus objetivos. Hasta la detención del joven Julio Rivas el país se había sometido con la docilidad del acostumbramiento a todos desmanes, las tropelías y la impunidad de un gobierno que no sólo ha permitido sino fomentado la violencia como mecanismo de intimidación.
Así, ya casi nos parecía natural el cierre de una treintena de emisoras de radio, el incremento brutal de la lista de personas asesinadas cada fin de semana, la rutina de los secuestros y atracos, el saqueo de los dineros públicos por parte de la burguesía emergente junto con los jerarcas del gobierno, lo insólito de unos militares responsables de la masacre del Caracazo quienes, veinte años después, se investigan a si mismos por lo ocurrido, los periodistas presos, el racionamiento sistemático del agua y de la electricidad, la vergüenza en que se ha convertido el Metro de Caracas, las carreteras plagadas de huecos, la legión de recogelatas deambulando por las autopista, la gente que muere de mengua a la puerta de los hospitales y las ciudades ahogándose en la basura y el detritus.
Parece mentira que en un mundo donde las comunicaciones nos permiten comparar la calidad de vida, los niveles de seguridad, la eficiencia del Estado, la independencia de los poderes, la naturaleza de las democracias, las limitaciones de los sistemas económicos y el nivel de conciencia de las poblaciones, los venezolanos hayamos caído en el sopor de la resignación y cada vez que alguien en la calle me hace la pregunta consabida de "¿cuándo salimos de esto?", literalmente salgo corriendo.
Lo más fácil, en este caso, es echarle la culpa a los políticos, quienes no han sabido ni podido enfrentar esta combinación de autoritarismo, caos e incapacidad que exuda lo peor de todos los sistemas y así vemos como el rechazo hacia el Gobierno se queda en la muda aceptación de la realidad por parte de una inmensa mayoría, mientras los índices de apoyo a todo lo que sea oposición se mantienen estancados.
Es lo más fácil, decía, culpar a los políticos, lo difícil es aceptar que las sociedades tienen sus propios mecanismos para generar los cambios políticos.
Chávez fue producto de esa cualidad surgida de la frustración ante un sistema político agotado e incapaz de darle respuesta a los problemas. Por ahí salió mal.
Ahora ignoro si esta huelga de hambre, cuyos protagonistas no son dirigentes tradicionales, pueda ser uno de los revulsivos necesarios para sacudir nuestra conciencia dormida, abrirle la mente al país y despertarle de nuevo la esperanza.
No lo sé, es posible que no llegue a ninguna parte, pero, como sea, resulta un gesto loable en medio de la anomia y el conformismo.

Lunes 28 de Sept.2009
rgiusti@eluniversal.com

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