¡PROHIBIDO OLVIDAR!


De Gómez a hoy, el hacer olvidar los presos es básico en la estrategia del terror.



Una tenaz anécdota atribuye al general Gómez una frase que refleja su fría crueldad: “A los muertos y a los enemigos no hay que nombrarlos”. Como suele suceder, no hay pruebas ni acaso testigos de que lo haya dicho, pero como sea, lo que se podría llamar “la política del olvido” era la base de su tratamiento a los presos, sobre todo a los opositores a su gobierno, o sea, a su persona. El estudio de ese aspecto de la tiranía nos produjo algunas reflexiones generales que, por tales, trascienden al gomecismo y se pueden aplicar a cualquier momento de nuestra historia.




Como conclusión, decíamos en nuestro estudio sobre el gomecismo que de todo cuanto sucede al hombre que cae en una cárcel, lo más pavoroso es la incomunicación, y tanto más cuanto más absoluta. Ella contiene una doble tortura: la del preso mismo, cortado del mundo, sufriendo el castigo en soledad, sin saber la suerte corrida por familiares sobre todo si, como sucede muchas veces, viven de su sustento.




La estrategia del terror. Y la de los suyos, ignorantes del destino que espera allá dentro al prisionero, pero destino al cual la estrategia del terror hace suponer (eso busca) terrible: “Al principio de mi estancia en Caracas” dice un diplomático cubano que vivió allá en 1926, “extrañábame de que personas muy allegadas al Gobierno se refiriesen sin comedimiento a los horrores de La Rotunda (&) eso era alentado por el propio dictador, como amparo de su fuerza”.




Los presos de las cárceles gomecistas eran sometidos a ese régimen con una consecuencia sistemática. En todo caso, llamar “el olvido” a los calabozos donde se encerraba a los opositores no era ocurrencia de estos últimos sino también de sus carceleros. Que esa denominación corresponda a la realidad, y que efectivamente Gómez se “olvidaba” de sus víctimas, lo da el extraño caso de Jóvito Villalba. A fines de enero de 1932, Jóvito Villalba-Roblis escribe a Juan Vicente Gómez, pidiéndole la libertad de su hijo Jóvito Villalba-Gutiérrez, quien después de cuatro años en el Castillo ha contraído una tuberculosis.




El extraño caso de Villalba. Lo curioso del asunto es que, a pocos días esta carta, el secretario general de la Presidencia, Dr. Rafael Requena, le escribe a Rafael María Velasco, gobernador del Distrito Federal y, “cumpliendo instrucciones del Benemérito General J.V. Gómez, le envía la adjunta carta del señor Jóvito Villalba-Roblis, a fin de que se sirva informar por qué se halla detenido en el Castillo de Puerto Cabello el señor Jóvito Villalba-Gutiérrez”. Velasco responde que el joven líder… “pronunció un discurso subversivo durante la Semana de los Estudiantes. Tomó participación en todos los asuntos revolucionarios en Caracas”. Un rápido trazo manuscrito subraya participación y el mismo lápiz escribe un rotundo NO. A su lado, una A (rchivo) envía al joven Villalba y a las esperanzas de su padre de nuevo al olvido: pasará unos dos años más en prisión.




Este caso es “extraño” viéndolo desde la perspectiva de nuestros días. Porque de 1936 a su muerte Jóvito Villalba fue de tal manera conocido, así como su acción contra la dictadura en 1928, que se hace difícil creer que alguien, en 1932, ignorase quién era Jóvito Villalba, sobre todo si ese alguien era Juan Vicente Gómez.




Allá arriba y acá abajo. Más aún (porque el anciano dictador estaba ya demasiado cercano a la muerte para andar ocupándose de “muchachadas”) resultaba extraño que esa ignorancia fuese compartida por Rafael Requena, cuyo elevado cargo lo hacía, como quien dice, los ojos y oídos del viejo tirano.




A esa ignorancia de “allá arriba”, correspondía “abajo” otra más terrible: lo típico del régimen carcelario era la ignorancia del familiar sobre la suerte del preso, y esto último referido no sólo a la causa de su detención sino a su simple paradero y también el aislamiento total, la desatención médica, el “encortinamiento”, así como también el cuidado en impedir que, en la propia cárcel, pudieran determinados presos comunicarse con otros Y como remate de todo aquello, la huida frente a la responsabilidad: “ese preso no es mío; yo no sé nada, nadie sabe nada”.




Que nadie tome todo lo anterior como quién sabe qué pretensión nuestra de decir que hoy se vive una situación igual; que los presos políticos del Héroe del Museo Militar están sometidos al mismo régimen que a los presos del Benemérito.




Contra la exageración. Porque como historiadores y como articulistas de opinión sabemos cuánto mal hace la exageración a la credibilidad de una denuncia. Pero lo que sí podemos afirmar con el mayor énfasis es que en una situación como aquella o como la de nuestros días, la política del olvido está en la base de toda represión, de todo encarcelamiento. Y ello por dos razones: la primera como parte de la estrategia del terror; que consiste en asustar al manifestante no sólo con la prisión, sino con ser borrado de la memoria hasta de sus más cercanos, que deben enfrentar la tendencia personal a la desmemoria, y los desafíos urgentes de la vida cotidiana: lasciate ogni speranza, voi ch’ entrate…




La segunda razón es que el olvido es el mejor aliado de la pretensión del régimen actual por rehacerse una virginidad democrática. Por eso, el llamado a no olvidar a nuestros presos políticos no es, no puede ser, obra y angustia de sus familiares y allegados: tiene que ser empeño de la nación entera. Con la denuncia permanente se está rompiendo la estrategia del terror, y a la vez destrozando la careta democrática de uno de los gobiernos más reaccionarios que haya conocido Venezuela.






hemeze@cantv.net
El Universal / ND Septiembre 27, 2009
 


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